CARTA CORTA Y CULTA
“Señor Juceca muy señor mío y del mayor respeto posible: habiendo observado a lo largo del trascurrir del tiempo que se desliza por los años como solía deslizarme yo por el tobogán de la plazoleta donde concurría en mi tierna e irrepetible infancia, que a la inversa de las famosas golondrinas no volverá, habiendo observado dije y repito, el poco espacio en blanco que se le dedica a la poesía tanto lírica, prosaica, culta o moderna en el mejor sentido, me atrevo a sugerirle a usted haga el bien, de acuerdo a las facultades que se le adivinan en la intención expuesta en numerosas notas anteriores que tan bien hablan de su fina sensibilidad, se sirva escuchar el suave murmullo de un reclamo que puede progresar hacia el grito que toda reivindicación bien nacida debe cobijar hasta su correspondiente destape. Yo, como quien más, quien menos, de acuerdo a las inquietudes internas que todos tenemos en los recovecos del alma, poseo momentos en que me aflora un padecimiento, un desasosiego, una sensación de zozobra total y completa que no se disminuye ni disimula con pastillas ni masajes cervicales, y que solo halla alivio en la escritura de la palabra nacida para morir, prematuramente, estrellada contra la hoja que ostenta su insolente blancura. No he de satisfacer hoy la natural ansiedad que debo haber provocado ya en su curiosa naturaleza humana, pero debo advertirle que llevo pergeñados algunos poemas libres, versos fugados y textos lanzados al boleo, que he de ofrendar y poner a su disposición en forma desinteresada como es mi sana costumbre en casos similares. Tenga sí, como muestra fragmentaria de obra mayor, este botón que espero abroche en el ojal de su perceptiva inteligencia. Ahí se la planto y aguante la tacada: “Catafalco saliendo del catálogo, cuatro patas de piano panza arriba”. Andá llevando.
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