Crítica de cine:
"El bote"
Hemos visto "El bote", título que inevitablemente nos lleva a recordar "El acorazado Potemkim", aquella maravillosa creación del cine ruso donde se muestra cómo a causa de la carne en mal estado en un barco, se puede desencadenar una revolución. Si bien es cierto el planteo de "El bote", así como su argumento, su enfoque, su época y todo lo demás no tienen nada que ver con el clásico de Einsenstein, el film que nos ocupa tiene en algún momento un común denominador: el agua. Esta afinidad se repite también en "El mar es testigo mudo", "Motín abordo", "El cisne negro", "Tiburones de acero", ""El viejo y el mar", "Los bañados de Rocha", "Escuela de sirenas", "Titanic", "El nadador" y tantas otras donde uno de los personajes protagónicos es el agua. "El bote" es una historia aparentemente simple, pero que posibilita más de una lectura siempre y cuando uno tenga la velocidad suficiente como para leer dos veces, antes de que se los cambien, los títulos en castellano. Se trata, precisamente, de un bote a la deriva y sin tripulantes. La cámara nos muestra un bote llevado por el viento y la corriente, que durante la hora y media que dura la película no hace otra cosa que dejarse llevar por el viento y la corriente. Se pueden deducir muchas cosas, encontrar muchos símbolos, cargar el bote con nuestras propias historias, suponer náufragos, incluso se puede argumentar las múltiples dificultades para realizar un largo metraje, pero una hora y media mirando un bote que al final se queda entre unos pajonales, nos parece un abuso de economía. Esperemos que no se haga costumbre. Próximo comentario: "En la puta vida".
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