"TENIA EL DESTINO MARCADO COMO UN OMNIBUS AL BUCEO"
Para las fiestas, el perro de Gorgorito Culposo, rabón de cola él, supo andar en problemas por culpa de un chancho que le regalaron a Gorgorito para que carneara a fin de año. El perro, que respondía al nombre de "Bonito" como si lo fuera, no tenía visto chancho y lo impresionó porque no ladraba. Porque lo que tiene el chancho es eso, que es incapaz de ladrar y apenas si le sale un gruñido como para dentro, cosa que lo diferencia del canarito flauta que si le sale cantor le redobla que le tiene que tapar la jaula con un trapo negro, porque pudre. Lo mismo que Pavarotti, que uno capaz que en un ataque de bobera va y paga pa escucharlo, pero si lo tiene de vecino no hay oreja que aguante porque, para peor, es capaz de invitar a los otros dos, el Placido y el Carrera y Dios te libre de semejante trío operativo. El porcino de Gorgorito era overo de pelaje, que viene a ser de color pío, o sea color blanco de fondo con manchas y que nada tiene que ver con el color de los pollos ni con el pio-nono, que son otros píos. Y el perro va y se impresiona. De un lado, del frente por el ronquido como de gordo que se durmió mamau en la mesa, y del otro por la cola. Porque si hubiera sido rabón, vaya y pase, pero era de cola natural y completa, pero tipo rulito, cortita y como sacada de viruta, con algo de bucle fino, una cosa media pituca pero como al pedo. Una cola que no sirve ni para mover de alegría ni para tener un recato, un pudor al menos. Como para el perro la cola es elemento de superior importancia, aquella nadita le dio como una repulsa. Gorgorito Culposo no tenía chiquero, ni chanchos, cosa de no tener que ir a ver los chanchos al chiquero de los chanchos. Por eso, cuando van y le regalan, va y lo deja ahí nomás, en el patio. Y del patio, va el chancho y se mete en la cocina, que ahí sí que el perro se sintió mal porque era zona marcada. Y el muy cerdo se paseaba como perico por su casa, roncando como un jefe y para peor engordando sin hacer nada. Y esa maldita costumbre, casi humana, de comer y dar vuelta la batea. Nunca se animó a ladrarle ni lo quiso atropellar. Alguna simpatía le tenía, al overo, y lástima, como si el porcino fuera un ómnibus y se leyera en la frente su destino: "Fin de Año". Y el 31 de diciembre el perro se la pasó abajo del ropero, sin ni siquiera acercarse al asador. Dicen que fue por los cuhetes, pero vaya uno a saber.
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