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¡A navegar se ha dicho!
Cuando el forastero llegó diciendo que estar todo el tiempo internado en el boliche era estar en Interné, Rosadito Verdoso le reventó un par de higos en la frente. Mientras el otro se sacaba las semillas de las pestañas, alguien dijo que ahora nunca se sabe, porque con la cosa de la computadora, se puede navegar sin salir del rancho.
- Cuando las últimas inundaciones - dijo uno-, supe navegar en palangana adentro de mi rancho, del cuarto a la cocina y de la cocina al patio.
Desde un rincón se oyó una vieja voz conocida que empezó diciendo:
Hombre que supo ser asunto muy serio pa la cosa de los mares bravos, Requeté Pifiano, el casau con Vanidosa Porciento, que se conocieron una Noche Buena que ella pasaba con el padre y Requeté le tiró un buscapié. Que el viejo pegó una espantada que se subió a un ombú y dispués no quería bajar, y el otro se trepó a buscarlo con una botella de caña y los agarró la Navidá sentados en una rama y cantando el Himno Patrio, que mucha gente se ofendió porque el Himno se canta siempre parado, y de ser posible, fresco.
Un hombre, Requeté, que tanto le hacía una cosa así como se ofrecía pa darle una mano de cal al rancho del vecino, o iba y le carpía los canteros, o le sacaba la mujer a pasear y se la regresaba contenta. Muy servicial, y loco por la pesca. Era hombre de pescar en bote, lejos de la orilla ,pa que naides se le acercara a preguntar si picaba o no picaba.
El primer bote que tuvo se lo hizo él mismo. Como le dijeron que los indios ahuecaban troncos y hacían botes, él agarró un tronco, lo ahuecó, y le quedó un caño. De madera, pero caño. Después se hizo uno con unas tablas de un ropero viejo, que daba gusto ver como flotaba, hasta que se le subió y se le fue a pique. Dicen que fue por culpa de la polilla que se le había ganado en el ropero, porque Requeté gustaba usar la naftalina pero con caña. La dejaba macerar en la botella un tiempito, en lugar de butiá o pitanga.
Al final fue y compró bote hecho, que se lo vendió el negro Burundanga Calostro, que no lo quería tener más porque cada vez que se peleaba con la mujer, ella lo mandaba a dormir al bote y se resfriaba.
Y una vuelta, Requeté estaba sesteando en el bote con el aparejo atado al dedo gordo del pie derecho, cuando sintió un tirón, manotió la piola, se la pasó por la cintura, afirmó el talón en el piso del buque y supo que había pescado algo mayúsculo. Tirado por aquel bicho acuático y desaforado, el bote agarró una velocidá infinita. Iba haciendo sapitos el bote, y cada vez que tocaba el agua sacaba chispas, y allá, a lo lejos, dos por tres asomaba el pescado, y le relumbraban tanto las escamas, que iluminaba el paisaje y encandilaba. Lo que más lo impresionó a Requeté, fue que el pescado se asomaba, lo miraba y se reía.
- ¿El pescado se reía?.
Si le digo que le largaba la carcajada, le miento, pero tenía un gesto, como una mueca, como si la cosa fuera jarana de todos los días, como una falta de respeto. En una de las asomadas, a Requeté le salió el grito campero de "!Hopa, hopa, hopa!". Ofendido, el anfibio le cortó la línea y se fue a perder en las profundidades del arroyito, mientras el bote se sofrenaba contra unos juncales.
Requeté nunca quiso contar el caso, porque a los pescadores, pobres, nadie les cree.
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