Escribe el Dr. CARLOS MAGGI
ESCUELA PUBLICA
Hay laicistas y hay partidarios de la influencia eclesiástica o religiosa
sobre sus hijos.
La polémica sigue hasta hoy
Debate sobre la escuela.
Hay católicos que tienen pasión; hay laicistas también apasionados; y hay niños que son más importantes.
Leí una hermosa carta de Carmen Tornaría, en Búsqueda (29/3/01) donde defiende la escuela laica sin atacar a nadie; y me gustó la frescura apasionada del estilo. Quise conocer los antecedentes y resultaron muchos; eso me llevó a remontar dos polémicas recientes, sucedidas en el Uruguay: una a partir de 1998 y otra a partir del 2000 que dura todavía.
1998: PRIMERA POLEMICA. El detonante fue Ceres, el instituto que dirige Ernesto Talvi. Propuso la implantación del sistema de vales o bonos que recomendaran Milton y Rose D. Friedman hacia 1979, en un libro famoso, titulado: "Libertad de elegir".
--Si nos libra usted de educar a su hijo, el Estado le dará un vale, un trozo de papel amortizable por una cantidad de dinero, sólo utilizable si se destina al pago de la educación de su hijo en una escuela autorizada (que usted puede elegir libremente).
Los fundamentos de hecho, por los cuales el matrimonio Friedman creía que era necesario reformar radicalmente la enseñanza primaria de su país, son ocho y están descritos por los autores al encarar "El problema" (el problema concreto que hace 22 años afectaba a EE.UU. y lo sigue afectando es gravísimo y en nada se parece al problema uruguayo de hoy en día. (Véase en esta página: "Las ocho razones de los liberales").
2001: LA DISCUSION ACTUAL. El presidente Batlle, afirmó hace poco (y volvió a ser detonante) que en la escuela laica se hace como si la religión no existiera y que no se educa de acuerdo a la debida tabla de valores. Eso reavivó los bríos del debate tradicional, que duerme de a ratos, pero que no muere, entre católicos y laicistas.
Pienso que el presidente Batlle se excede a la manera del obispo Jacinto Vera cuando afirmó: "Sin religión no hay moral posible". (1)
LA TESIS DE LA LIBERTAD PATERNA. Observo una inconsecuencia en la argumentación católica: cuando del aborto se trata, la iglesia hace valer la personalidad del niño desde el momento de su concepción: suprimir una vida embrionaria es un homicidio y como tal debe ser penado.
Pero cuando se trata de la enseñanza, los voceros de la iglesia católica anteponen la libertad de los padres a la libertad de los hijos, no atienden a la personalidad de los menores, hacen como si esa personalidad no existiera.
Los menores de edad tienen conciencia y pueden pensar y creer o no creer por sí mismos; sólo carecen de responsabilidad, cuando una ley, a texto expreso, limita el valor de su voluntad para realizar determinados actos.
La familia cumple una función formativa indudable y muy valiosa, pero imponer la patria potestad a propósito de la fe de un muchacho, puede constituir un abuso grave: la fe no puede forzarse.
La educación familiar y la escolar se llevan a cabo, justamente, para lo contrario, para desarrollar la capacidad de los jóvenes, para hacerlos más cultos y por consiguiente, más libres; y no, para avasallarlos o esclavizarlos a la autoridad paterna. Este es un caso donde debe obrar un principio muy caro a la moral cristiana que en buena medida es la moral de nuestra nación: en todos los casos, para regir la conducta, ha de mediar la debida percepción del otro, a quien se debe considerar (amar) como a sí mismo. (Véase en esta misma página: "Los derechos del niño").
EL ENCARE JUSTO. Por supuesto, la patria potestad no debe ser juzgada por la patología de la patria potestad (el abuso de los padres es excepcional).
Pero la laicidad tampoco debe ser juzgada por su patología; y lo primero que se observa en la discusión entre laicistas y católicos es ese vicio dialéctico: se ataca la laicidad, por los defectos "de su aplicación"; muchas, muchísimas veces se ataca la laicidad por las traiciones que padece en la práctica.
Esa manera de desvirtuar lo bueno, debiera llevar a defender la laicidad y no, a atacarla.
El pasaje por una escuela laica está sembrado día por día con ejemplos reales o ficciones donde se enfrentan los malos con los buenos, los leales con los traidores, los tiranos con los héroes de la libertad, los oscurantistas con los librepensadores. ¿Cómo puede decirse que los valores morales no cuentan para una verdadera escuela laica? El artículo 71 de la Constitución manda: "En todas las instituciones docentes se atenderá especialmente la formación del carácter moral y cívico de los alumnos".
Ninguna norma jurídica es inviolable, por eso nada dice contra la excelencia de un sistema legal que se produzcan incumplimientos. Es normal. No hay escuelas perfectas, porque no hay personas perfectas.
Si una escuela pública no atiende a los valores, si no hay en ella educación moral suficiente, si no hay una enseñanza que abarque algo tan importante como son las religiones y las guerras de religión en la historia del mundo y en la metafísica de las personas, si se omite formar en la tolerancia recíproca a los creyentes de los más diversos credos, entonces... hay que cambiar a esos que educan mal y también a quienes dirigen el sistema, sin vigilar su buen cumplimiento; hay que cambiar a las personas, pero no, el sistema, que es en sí mismo el más respetuoso de la personalidad de los educandos.
LA LIBERTAD DE ELEGIR. Nada de lo dicho en defensa de la laicidad, se dirige a menoscabar la libertad de los padres en cuanto a elegir la educación de sus hijos. Justamente, la iglesia católica es la creadora de un instituto complementario, al cual pueden recurrir los padres que quieran atender al catequismo de sus hijos: la propaganda de la fe.
Pero la formación religiosa (cuya libertad la Constitución garantiza) no requiere suprimir la lección de convivencia que en los hechos ofrece la laicidad. En los bancos de la escuela pública, se sientan de guardapolvo y moña, los niños provenientes de los más diversos hogares y ahí, mientras aprenden a leer y contar, aprenden más que eso, practican la tolerancia y llegan a estimarse porque comprueban en los hechos que son iguales, por más diferente que sea su origen, su raza o su suerte económica.
A todas luces es recomendable una enseñanza primaria que no enquiste al niño en un grupo cerrado, que no genere prevención ante los "otros que no son como nosotros"; o encono (Enconado, enconoso: "Propenso a tener mala voluntad con los demás".) (2)
Si el árbol se juzga por sus frutos, digo que la escuela uruguaya, por como son en su gran mayoría los egresados (la población del país) no requiere cambiar su método; los resultados hablan por ella.
El Uruguay es un ejemplo de convivencia amortiguada y respetuosa tanto de las mayorías que ganan el gobierno; como de las minorías de cualquier índole con las cuales se comparte en pie de igualdad, la vida cotidiana.
Los acuerdos y las amnistías que terminaron las últimas guerras civiles, los pactos políticos, el Ejecutivo colegiado, las sucesivas coaliciones de gobierno, la Comisión para la paz, el discurso de Seregni desde su balcón después de estar preso, la actitud de Wilson Ferreira en la Explanada Municipal después del exilio y la cárcel, son ejemplos aleccionantes.
Hay miles de ejemplos en este país inspirados en ese deseo tenaz por conciliar y refrenar los abusos y las bajas pasiones.
Entre el mundo bárbaro de las guerras civiles y el país modelo que quisimos ser durante un siglo, está la obra de la escuela vareliana, que creó en esta parte del planeta, una identidad nacional capaz de atravesar crisis económicas y políticas, rompimientos de la legalidad y bajones de pobreza, manteniendo siempre una preferencia por la consideración recíproca.
Se llega al Uruguay desde el resto de la región y se siente alivio y orgullo: la gente está mejor formada, pondera mejor a los demás. Eso se respira.
Yo sé; hay un atraso ideológico y hay miedo a cambiar; pero más allá de esas falencias hay un fondo resistente que le dijo NO, a lo malos militares, con la misma certidumbre tranquila que ahora le dice NO, a los plebiscitos populistas.
El Frente Amplio está a punto de ganar las elecciones desde hace mucho y no las gana porque no goza de espíritu laicista suficiente, está sujeto a dogmas y fanatismos que aquí no tienen andamiento y en cierto modo causan horror; la mayoría de los ciudadanos es centrista; puede cambiar de partido, pero no puede cambiar de filosofía; es visceralmente contraria a los radicales; fue formada libre de ofuscaciones en los dos sentidos de la palabra; fue formada para el diálogo, la racionalidad y el debido respeto.
La resistencia que despertaron Franco, Perón, Mussolini o Hitler, es la misma resistencia que despiertan ahora Fujimori, Chávez o Fidel Castro.
Kant sostiene que es causa de un fenómeno todo hecho que si se suprime hace imposible el resultado. Basta imaginar este país sin la reforma vareliana, para entender la nota diferencial a la cual me refiero, cuando hablo de algo inconcreto, un modo de ser, que está en el aire.
La crisis de nuestra enseñanza no proviene de la escuela; empieza en el liceo y se agudiza en la Universidad. El nivel de nuestra escuela pública laica gratuita y obligatoria es mucho mejor que el nivel promedio en EE.UU., donde la semana pasada se recordó con vergüenza la masacre de Colombine.
Los Friedman cuando inventaron su reforma liberal (tan poco liberal) no conocían la obra de José Pedro Varela, ni las escuelas uruguayas, ni las maestras que pude tratar visitando decenas de escuelas públicas en los barrios más humildes. Es una experiencia conmovedora.
Los Friedman hablan de otra realidad donde los muchachos a los 14 años no saben leer ni escribir y donde ser alumno de escuela pública equivale a una desventaja definitiva, una "capitis diminutio". (Véase en esta página "Las ocho razones liberales").
No merece nuestra escuela laica ser juzgada por sus impurezas. Todos nosotros venimos de una escuela pública, aunque nos hayamos educado en un instituto privado. El ambiente mayoritario también es una escuela.
Cuestionar la laicidad, aquí y ahora es por lo menos una gran miopía y una inmensa ingratitud; cabe perfeccionarla, nunca denostarla.
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(1) Citado por Leonardo Pereyra. En el semanario "Búsqueda", Montevideo, 22/3/01, pág. 4.
(2) Diccionario de la Real Academia
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