Contrafarsa:
Murga, Arte, Sociedad
Comentario de la profesora Milita Alfaro
en presentación del libro
12 de octubre de 2000
Muy buenas noches a todos. Como primera cosa, un agradecimiento o mejor dicho un doble agradecimiento a Luis, ante todo por haber ideado hace un año el feliz proyecto que hoy se plasma en este libro. Precioso libro que al hablar de Contrafarsa nos habla de Uruguay, y nos proporciona un espejo en el cual reconocernos y sentirnos reflejados. Pero gracias también a Luis por ofrecerme la oportunidad de acompañarlos, en esta celebración que también supone sumar un nuevo eslabón a la cadena de episodios -quizá pequeños pero muy especiales para mí- que a lo largo de toda la década del ´90 y hasta hoy han ido alimentando y fortaleciendo el vinculo afectivo muy fuerte, muy entrañable, que me une a esa queridísima murga.
Yo no soy hincha de Contrafarsa, y no porque me falten razones para adherir con enorme entusiasmo a su forma de hacer y de sentir la murga, sino porque me siento más cómoda o, mejor dicho, me siento más fiel a mi misma, definiéndome simplemente como hincha del Género a secas. Un Género que, afortunadamente, a lo largo de todo un siglo de progresiva considolación, hoy se nutre y sigue creciendo a partir de múltiples vertientes, entre las cuales, sin lugar a dudas, Contrafarsa se ha ganado un sitial de privilegio, un espacio propio conquistado merced a muchas, a muchísimas virtudes, pero fundamentalmente gracias a una peculiarísima articulación entre herencias del pasado y audacias creativas.
Venturosas síntesis que configuran, a mi entender, el sello distintivo de su propuesta. Esa combinación muy sabia, muy equilibrada entre lo viejo y lo nuevo, que da como resultado el milagro de una tradición innovada, en la cual la murga del 2000 convive y dialoga con el legado de los viejos murgueros. Y yo creo que es preciso poner mucho énfasis en este aspecto, porque toda tradición cultural se funda precisamente en un juego dialéctico ente cambio y permanencia. Ese tender puentes ente pasado, presente y futuro, que es la base de todo el engranaje que da continuidad al proceso de construcción permanente de las identidades.
En ese sentido, en más de una oportunidad, he escuchado a gente de Contrafarsa evocar, por ejemplo, el nombre de Tito Pastrana. Más allá de las muchas diferencias que indudablemente separan a estos jóvenes
murguistas de aquel viejo Director, creo que hay una suerte de hermandad esencial en donde esa imagen cierra con lo que Contrafarsa representa como apuesta a la murga del futuro. También se nutre de la estampa, de la figura melancólica, poética de Tito, deslizándose suavemente por el escenario, al ritmo del intangible sonido de su Nueva Milonga.
Además de las muchísimas afinidades estéticas que me unen a la Contra, está lo otro: lo humano. También en ese terreno, el nombre de Contrafarsa y su gente está asociado a momentos que, por una razón u otra, son muy especiales para mí. Como la tarde en que Álvaro García, en medio de los preparativos del Carnaval del ´90, llegó a mi casa para charlar de la evolución histórica de la murga y soportó estoicamente durante horas toda una andanada de datos, fechas, nombres, hipótesis que yo le había preparado. Sus infalibles musas se encargarían de transformar en uno de los primeros exponentes de ese maravilloso repertorio de poesías murgeras que él ha ido acuñando en todos estos años y que, a esta altura, configuran invariablemente uno de los puntos más altos y más emocionantes de cada Carnaval. O aquella noche de 1998, en que la generosidad enorme de Edú y de todos los muchachos, convirtió en realidad lo que para mí era un sueño: que la Presentación del II Tomo de mi Historia del Carnaval Montevideano culminara no ya con las disquisiciones académicas del caso, sino con la presencia viva del fenómeno en su mejor versión, como sin duda lo era el memorable repertorio de la Contra en aquel año. Todavía me pregunto de dónde saqué valor para llamar por teléfono a Edú y pedirle que vinieran (yo no podía pagar el cachet de la mejor murga de ese año); y vinieron y cantaron como los dioses y, para sana envidia de mis colegas, la Presentación de mi libro se convirtió en un éxito glamoroso, multitudinario.
Alentada tal vez por ese antecedente, este año, hace un par de meses, me tocó jugar un desafío muy difícil: uno del los centros de investigación de la Universidad de la Sorbona organizó un Seminario de tres días sobre Fiestas y Celebraciones en América Latina, y me invitaron a participar por Uruguay. Y yo, claro, por un lado me sentí feliz y por otro lado con un susto enorme. Preparé mí ponencia y la rescribí infinidad de veces tratando de mejorarla, para estar a la altura de los acontecimientos. Pero era inútil, no había caso, había algo que no terminaba de convencerme; yo sentía que por más que contara, que describiera, que documentara, nunca iba a lograr transmitir cabalmente a aquel auditorio de gringos, la esencia del carnaval uruguayo. Finalmente encontré la solución mágica: resolví complementar mi exposición con un fragmento de la actuación de Contrafarsa. Y, claro, fue impresionante. Por un lado la emoción de sentir ese sonido tan nuestro, invadiendo aquel recinto serio, académico. Y además, el ver cómo, poco a poco, ese público tan ajeno a nuestras tradiciones se iba dejando ganar por la fuerza incontenible que siempre tiene todo arte capaz de transmitir la esencia de una identidad. Y finalmente, los aplausos, las felicitaciones, los comentarios... En síntesis, la ponencia fue todo un éxito; pero yo sabía que una vez más el éxito se lo debía principalmente a Contrafarsa.
Junto a estos recuerdos tan lindos, hay otros que, por cierto, no son lindos pero que si son muy fuertes y van a estar dentro mío para siempre. Y ahí, otra vez: la gente de Contrafarsa -aunque en este caso con otro nombre, el de La Gran Muñeca-. Porque estoy hablando del Carnaval de 1996, sin duda el más triste de todos mis Carnavales porque lo pasé en la Sala de Espera del CTI, donde estaba internado mi padre, quien finalmente moriría el dieciséis de marzo de ese año. Quizás la única cosa linda que me pasó en ese lugar horrible, como es casi siempre la Sala de Espera de un CTI, fue cerrar los ojos una noche y dejarme llevar por la murga en la Gira Mágica y Misteriosa del camión. Como se podrán imaginar, ese año para mi no hubo Carnaval, no vi nada, no fui al Tablado, estuve totalmente al margen de todo. Sin embargo el día que La Muñeca iba al Teatro de Verano, la escuché por radio y fue tan grande, tan intensa la emoción que me provocó aquella Retirada, que ahí mismo resolví que, pasara lo que pasara, en la Segunda Vuelta iba a ir a verlos al Teatro. Y fui, corriendo a última hora, creo que llegué en el momento en que El Boyero anunciaba que se abría el telón. Permanecí mirando el reloj todo el tiempo, porque sabía que tenía que estar en el sanatorio, pero igualmente fui. En parte, porque no quería perderme aquella maravilla, pero también (y fundamentalmente) como un homenaje a papá, porque aunque a esa altura él ya no podía comunicarse con nosotros, yo sabía, sentía que él quería que yo estuviera allí. Y de alguna manera esa noche lo sentí conmigo.
En fin, es por una cantidad de cosas como estas que hoy quise estar con ustedes, celebrando la aparición de este libro y comentándoles aunque sea minimamente algunas ideas deshilvanadas en torno a sus muchas virtudes.
La primera de ellas, sin duda, la de sortear con éxito el desafío, por cierto no menor, de lograr atrapar en letras de molde el alma de una murga y contarla al lector. Pero además, el hacerlo a través del despliegue de una multiplicidad de miradas, que terminan por convertir este texto en una suerte de prisma que, al girar, va descubriendo nuevos perfiles y nuevas claves de lectura.
Si tuviera que sintetizar en una sola idea lo que más me gusta de este libro, quizás destacaría por sobre otras bondades, su apuesta muy categórica a una polifonía en la que conviven muchos enfoques, muchos ámbitos, muchas voces, muchos lenguajes. Aquí hay un relato hablado pero también hay un relato visual que reconstruye el itinerario de la murga a través de imágenes, gestos, rostros, situaciones captadas por Mariana Méndez y por el gusto y la sensibilidad admirable de sus fotografías.
En virtud de esa rica polifonía, nacida de un trabajo colectivo, el libro teje un relato que hace de Contrafarsa el centro de una historia en la que anidan a su vez otras historias. Historias que se abren, como círculos concéntricos, y descorren el telón de sucesivos escenarios. Y así, por ejemplo, en uno de esos escenarios y a través de la murga, recuperamos fragmentos entrañables de la vida del país. Y por cierto en una coyuntura tan crucial como la de los años ´70, porque el entorno en el que nace Firulete y en el que se procesa la transición de aquella murga de chiquilines a la Contrafarsa -que en 1987 ingresa al Carnaval- es también la historia de Uruguay que, en plena dictadura, supo crear y mantener vivas las islas de resistencia que nos ayudaron a sobrevivir en medio del horror de aquellos años. Y al hablar de resistencia no lo hago en el sentido estrictamente político, más bien remito a aquella resistencia cultural o, mejor quizás, a aquella resistencia vital que nos permitió constatar hasta qué punto la fuerza de determinados referentes colectivos nos sirvió para neutralizar la apuesta sistemática de destrucción del tejido social programada desde el poder. Ya en los años ´80 también el itinerario de la murga nos sirve como testimonio de lo que significó el valor proyectivo de ciertas manifestaciones populares -la murga y el candombe fundamentalmente- para nutrir el imaginario democrático que operó contra el autoritarismo.
Del mismo modo, desde otra clave de lectura, Contrafarsa: murga, arte, sociedad también es el relato de la trayectoria de un grupo humano, son sus alegrías y sus pesares, con sus luces y sus sombras, con sus encuentros y sus desencuentros, con sus conflictos, con sus crisis, con sus desgajamientos, que muchas veces son el doloroso precio que se paga por crecer artísticamente pero también crecer biológicamente, cronológicamente; porque ésta también es la historia de un grupo de niños que se hacen hombres y que con una sinceridad absolutamente admirable, sin el más mínimo atisbo de hipocresía, nos cuentan todos los sabores y sinsabores que hacen a ese proceso.
Obviamente, hay aquí también una historia que nos devuelve intactas muchas de las vivencias y muchos de los fragmentos que hacen a las claves que sirven de sustento al carnaval montevideano. Las noches de tablado, la bañadera, el jugosísimo repertorio de anécdotas que se apuñan a lo largo de meses de ensayo y de actuación, las jornadas de concurso y todo lo que ellas suponen, esas noches donde por supuesto está presente y prevalece la apasionada y generosa convicción en torno a una propuesta estética; pero donde también pesan (y los muchachos no tienen vergüenza en reconocerlo) las ganas, el deseo urgente tan humano y tan legitimo de ganar, de ser primeros.
También aquí hay una historia de inspiración, pero también de trabajo, de dedicación, de cuidado infinito en mil detalles que dan como resultado ese producto artístico que Contrafarsa pone arriba del escenario. Habitualmente hablamos de magia, de milagro, para referir y traducir de alguna manera la emoción que produce un espectáculo así. Y está muy bien que lo hagamos porque, ¡por favor!, si habrá magia y milagro en su propuesta!... Sin embargo, sería demasiado ingenuo creer que con eso alcanza, que basta con el chispazo genial de inspiración que es tan imprescindible como insuficiente. Y entonces el libro allí nos introduce en la cocina de Contrafarsa para detallar paso a paso el complejísimo proceso por el cual una propuesta estética alcanza su culminación. Desde lo que significa la preparación de músicas, letras, a través de esa interacción permanente entre Edú y Álvaro charlando a lo largo de todo el año, intercambiando ideas. Lo que significó, en la versión Contrafarsa 2000, el trabajo de Fernando Toja en la Puesta en Escena, el testimonio de los encargados del Vestuario y de la Escenografía -Soledad Capurro, Hugo Millán- tratando de interpretar, de comprender, de meterse adentro de lo que la murga quería transmitir para poder traducir eso en Vestuario y Escenografía. El Maquillaje de Mariela Gotuzzo, que tapa y muestra, que oculta y descubre a través de esas máscaras que esconden y generan nuevas identidades. La preocupación de Hugo Bardallo por aportar los conceptos sobre el contenido para que aparezca la forma, porque además de sonar, la murga tiene que decir, y para eso cada una de las imágenes verbales tiene que estar apoyada en imágenes plásticas.
Y, por último, profundizando aún más en todas estas claves de lectura, ese capítulo que me parece absolutamente central, donde Luis Carrizo toma cierta distancia -no mucha, la justa- para analizar desde una perspectiva más teórica, más conceptual, lo que es el fundamento de una propuesta estética e ideológica en una murga; una murga que opina, que dice lo suyo, pero que no quiere ser paternalista, que no quiere salvar al pueblo y decirle lo que tiene que hacer, porque apuesta más a la amplitud de la mirada, a la problematización y no a la simplificación. Murga libertaria, crítica y orejana -como la define Carrizo- cuyo mensaje no apuesta tanto a lo político como a lo transpolítico, en la medida en que va más allá y trasciende la política. Y nos instala y nos hace pensar y reflexionar en torno a situaciones existenciales y sociológicas: el dilema de las identidades en tiempos de globalización, la denuncia del rumor y del prejuicio, las mil facetas de la intolerancia, las perversiones del consumo, etc. Y una vez más constatamos los niveles de exigencia en el proceso de elaboración para que esa visión crítica, problematizadora, tenga un sustento, un soporte eficaz y logre traducirse en metáforas, en escenas alegóricas que logran un impacto muy directo, muy inmediato gracias al rigor conceptual e instrumental con el cual se aborda la complejidad de la realidad social.
Hay mucho entonces de síntesis milagrosa pero mucho también de trabajo, de amor, de dedicación, y claro, también obviamente, una intuición magistral para saber cómo amalgamar todo eso y cómo encuadrarlo dentro de los marcos de un espectáculo popular, porque todas estas cosas muy profundas que Contrafarsa dice, las dice arriba de un Tablado y con los códigos del Carnaval.
Sin duda que se podría seguir abundando en los muchos laberintos que quedan por descubrir en las páginas de este libro apasionante y apasionado. Espero que estas palabras hayan logrado reflejar en algo el enorme disfrute que supone subirse a este otro Tren de los Sueños y descifrar junto a Contrafarsa algunas de nuestras claves más queridas.
Muchas gracias. ¡Salud!
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